martes, 25 de octubre de 2016

TAN SOLO SEIS SEGUNDOS



TAN SOLO SEIS SEGUNDOS.




Despertar a las 04:00 h. para que a las 05:30 desde la localidad de Les Houches (Francia), subamos a un autobús que nos lleve a cruzar la frontera hacia Osieres (Suiza) para participar en la OCC-UTMB, es una experiencia que no muchos puedan disfrutar. Nosotros fuimos unos afortunados.


Desayunando durante el trayecto a Osieres.

Partiendo de la diminuta aldea de Orsieres, el Jueves 25 de Agosto de 2016 y en la que sería nuestra primera participación en la OCC 2016 (UTMB), 55km 3500 +, tendríamos que llegar a la meta en Chamonix (Francia). ¿Podríamos hacerlo? Sólo hay una forma de averiguarlo… 


Durante el trayecto en autobús, Antonio se mareó y estuvo bastante tiempo tumbado y encogido en el suelo sin que esa sensación desapareciera. Yo tenía un fuerte dolor de estómago. Javier, cariacontecido, solo podría esperar a una vuelta de tuerca en los acontecimientos. La jornada se presentaba dura y no pintaba nada bien.


Momentos previos a la salida.

La prueba comenzó a las 08:15 h, desde la Plaza de Osieres, con una temperatura de 23ºC, Antonio parecía recuperado, Javier pletórico de energía pero yo continuaba con dolor de estómago.




Salida OCC.

La adrenalina, la emoción y el hecho de que había una gran cantidad de personas de todo el mundo en una prueba como esta, nos harían olvidar los problemas y comenzar a correr. Nada más comenzar, el grupo que había impuesto un ritmo decente atravesó el pueblo y comenzamos a subir, en hilera, una pista ancha hacia el bosque.


Saliendo de Osieres.

Los escolares se alinearon en las calles vitoreando y agitando pancartas caseras a nuestro paso, chocar las manos contra las de ellos nos emocionó.

La primera subida hasta Champex fue relativamente suave, bastoneando y corriendo donde podíamos, pero el día que ya se estaba calentando. Yo no podía mantener el ritmo debido al dolor de estómago y sufría demasiado al aumentar el ritmo de carrera, cuando vi que una bajada a pocos kilómetros de inicio íbamos a 4´30´´ me cabree bastante, esto no era un ritmo para una ultra.


Juanfra al paso por Plassurny.

La llegada a Plassurny llegó en el Km 6,5 llegó pronto, en menos de una hora estábamos entre los cencerros de la gente del pueblo. 


Plassurny (Suiza).

Tras abandonar el pueblo nos encontramos con una larga subida hacia Champex.


Subida a Champex-Lac.

El primer avituallamiento llegó pronto y esta pausa nos recordó de que hoy era el día de todos los días, el día en el que todo debería salir bien, no podía fallar nada, y asi poder disfrutar de aquello, que durante varios años nos costó alcanzar. Necesitábamos asegurarnos de que estábamos comiendo y bebiendo lo suficiente como para mantener nuestros niveles de energía. Parecíamos patos mareados en la zona del avituallamiento.


Champex-Lac.

Abandonando Champez.

El lago en Champex fue una visión refrescante y nos hizo sentir libertad al trotar suave junto a su orilla. Pronto llegaríamos a la primera subida grande hasta La Giete a través de la pista junto al ganado bovino (Col de Bovine), a 2047 m de altitud.


Inicio de la subida al Col de Bovine.

Subida en zig-zag.



El paisaje y el ambiente en carrera me hacían olvidar los problemas físicos, pero unos pinchazos de vez en cuando en el estómago me recordaban que algo no iba bíen. 


Juanfra buscando la cima.

Antonio parecía haberse recuperado de sus problemas y Javier estaba perfecto, salvo cabreado porque no podía hacer más fotos y por aquellos que querían adelantar en zonas impracticables.


Paso por un arroyo.

Comenzamos el descenso de La Giete a Trient sin forzar el ritmo. Este descenso sacó a relucir una hermosa meseta, corriendo por prados rodeados de caballos de pastoreo, y a lo largo de un estrecho y sinuoso bosque sombrío. El sol salía de de vez en cuando y cruzábamos arroyos donde parábamos para refrescarnos. El día había pasado a ser extremadamente caluroso, con temperatura superior a los 30ºC.

El Km 25 llegó, y el paso por al Col de la Forclaz también. Desde allí descenderíamos hacia Trient.


Paso por el Col de la Forclaz

El descenso hacia Trient fue bastante técnico, saltando entre las rocas y raíces de los árboles, pero fue lo suficientemente dócil para coger un poco de velocidad y admirar las impresionantes vistas que dejábamos.

Bajada a Trient.




La llegada a Trient, desde mi punto de vista marcó un antes y un después. Realicé una buena bajada junto a Javier las Heras, incluso me tuve que parar alguna vez para reagruparnos, el problema era Antonio. En una de las paradas durante la bajada, Javi me dijo “Antonio se está retrasando, parece que tiene calambres”. Me preocupé un poco porque quedaba mucho de carrera.

Ya en Trient, Antonio nos confirmó sus problemas, parando a estirar antes de llegar al interior de la zona acondicionada para corredores.


Avituallamiento de Trient.

A mí se me descompuso el cuerpo y tuve que entrar a un aseo para evacuar. ¡Por fin libre¡ A partir de ese momento, volví a ser otro, desaparecieron por completo los dolores de estómago y podía pensar en positivo. Ahora el problema se encontraba en Antonio por lo que decidimos hacer una buena parada para estirar y comer en el avituallamiento de Trient.


Trient (Suiza).

En la zona de avituallamiento, a pesar del intenso calor, toda la gente del pueblo y los voluntarios estaban felices, sonaban melodías clásicas de los años 80 en el puesto de los refrescos y el ambiente era distendido. La sopa que me trajo Javi me supo a gloria, que descubrimiento “Le soupe”.

Algunos corredores ya tenían marcadas en sus caras el dolor y el sufrimiento, muy pronto para lo que nos aguardaba.

Salimos de allí bastoneando y aunque ya sabíamos que la subida hasta La Giete, pasando por el Col de Bovine, era la subida de todas las subidas empinadas, e implacables, nos encontramos con la siguiente subida de Trient hasta Catogne.


Antonio subiendo al Catogne.

Esta subida fue mucho más difícil de lo esperado por alguna razón. Posiblemente porque estábamos más cansados, posiblemente porque el sol pegaba fuerte aún más caliente, posiblemente porque también la mente empieza a hablar y a preguntarse ¿Qué haces ahí?. Durante la misma Javier tuvo calambres, aunque nunca se quejaba, el tío es duro de cojones. Antonio sufría durante la subida y daba órdenes de no apretar y no correr ni en los llanos, esto no era propio de él. No obstante, continuábamos con paso firme hacia la cumbre.


Inicio de la bajada del Catogne.

Al llegar al avituallamiento de Catogne, no recuerdo haber estado tan contento de llegar a un punto de control. Sobre todo cuando nos encontramos con que los voluntarios habían improvisado una manguera de jardín para rociar con agua fría a los corredores y había varios grifos de agua en los que metíamos la cabeza.


Avituallamiento de Catogne.

La temperatura en este punto había alcanzado alrededor de 36ºC, muchas personas estaban luchando contra el calor y era absurdo tratar de mantener un ritmo decente parar a refrescarte donde pudieras.


Juanfra y Antonio tras refrescarse en una manguera.

Recuerdo que durante las subida al Catogne, en la orilla de los senderos, se encontraban corredores tumbados asfixiados y desplomados por el calor y el cansancio.

El descenso hasta Vallorcine desde el Catogne fue fascinante, las vistas eran inmejorables, pero una bajada tan larga podría cargarnos en exceso los músculos y articulaciones, así que decidimos no forzar en la misma y ser conservadores.


Vista de la bajada de Catogne a Vallorcine.




Al llegar a la altura del poste de teleférico en la bajada de Vallorcine, me percaté de que no íbamos en grupo, por lo que nos reagrupamos y bajamos por una ladera hasta que nos llevaría al pueblo.

Al llegar a Vallorcine sentí como estar en el Tour de Francia, todo el mundo animando, con sus banderas, gritando a los corredores. “¡Ale, Ale ¡” Al finalizar la ladera pudimos a ver a nuestros familiares, fue inevitable no derramar lágrimas de alegría.


Bajada a Vallorcine.

Bajando junto a los niños.

Nos acompañaron unos metros hasta llegar al avituallamiento, mientras preguntaban por nuestro estado y nos insuflaban su aliento.



El calor en este punto era asfixiante, mojábamos una y otra vez la gorra en una cuba de agua y nos mojábamos con las esponjas como si un hubiera un mañana mientras, María, Josefa y Noelia cantaban y bailaban para animarnos en la casera del Speaker. Personalmente no me di cuenta de ello, no estaba para fiestas, pero la liaron bien liada.


María, Noelia, Josefa y los peques.

En el interior de la zona para avituallamiento había gente deambulando de un lado para otro, algunos no sabían que comer, otros estirando, otros pensando en lo que se les venía encima y nosotros… pensando en las fuerzas que nos quedaban, cómo emplearlas y en cómo solventar los problemas que nos íbamos encontrarnos durante la carrera. Estuvimos cerca de 20´ parados, éramos conscientes de que la parte dura de carrera comenzaba ahora y era importante salir bien avituallados.


Descansando unos minutos en Vallorcine.

Javi feliz, saludando a la familia.

Nos despedimos de nuestros familiares con una risa a medias, con la boca pequeña. Andando pasamos junto a los prados de Vallorcine paralelos al río para Buet, y pronto afrontaríamos la subida al Col de Montest.


Sendero junto al Rio Buet.

Vistas durante el ascenso al Col de Montets.


Paso por el Col de Montets.

Antonio.

La mitad de una ampolla de Guaraná me hizo subir como una moto, sin embargo, no fue sino hasta que habíamos cruzado el Col des Montets y comenzó la subida a Flegere por el Tour du Mont Blanc, cuando teníamos una sensación de trituración en nuestras piernas. Me tuve que tomar el restante.


Recogiendo los bastones tras una parada.

Subida por el Tour du Mont Blanc.

No se trataba de sólo una subida y bajada típica, no era una alfombra. Eran pasos por senderos enraizados y de piedra sobre piedra, era como subir y bajar escaleras constantemente y no encontrabas el sitio para apoyar los bastones. No se me olvidará la manera de subir de los asiáticos, con las manos cruzadas por la espalda y su cuerpo hacía delante. Lentos y pausados, pero con paso firme y decidido.

Hubo un descenso que acabó con nuestra paciencia, “graba graba, que lo vea Pepe, documenta…”, decía Antonio cabreado. Javi murmuraba en contra de esta bajada, compadeciendo a Antonio, dándole toda la razón.

En el Km 49 por el sendero de Santier de Gardes a 1600m de altitud, pasó lo inevitable, los calambres de Antonio se convirtieron en vómitos y un mal estar generalizado. Paramos varios minutos para que se recuperara pero nada cambiaría. Continuamos subiendo, pero a 500m tuvimos que parar a que Antonio descansara junto a una cascada. Se mojó la cabeza y al incorporarse se mareó.


Antonio agotado.

Javi y yo nos mirábamos con cara de circunstancias y se nos escapaba una risa, pero nerviosa. Antonio no estaba bien pero no quería abandonar, luchaba con todas sus fuerzas.

En el Km 50, volvió a suceder, Antonio vomitó y nuestras esperanzas de llegar también, pero volvió a rehacerse y casi arrastrando llegamos hasta la Flegere, donde estuvimos 20´ tomando fuerzas. Antonio estaba tumbado en una silla, destemplado y con el chubasquero, mientras que Javi y yo tomábamos sopa caliente.


Llegada a La Flégére.

El sol estaba desapareciendo en las montañas y comenzaba a hacer frio, debíamos bajar ya.

La luz, poco a poco, estaba empezando a desaparecía ya que a la izquierda Flegere se encontraban los picos de las Agujas Rojas y estaban a la altura de su nombre, bañado por la luz de color rosa suave.


Vistas durante la bajada de la Flégére.


Picos de las Agujas Rojas.


Nada más salir de la Flegere, una cuesta empinada nos llevaba hasta una pista y luego entrábamos entre los árboles una vez más, donde rápidamente ya había más oscuridad.

En el Km 54 Antonio se vino abajo moralmente, estaba exhausto, estuvimos cerca de llamar a la asistencia de carrera para su evacuación, no sabíamos que hacer, quizás debimos llamar a la asistencia, pero ni Javi ni yo hubiéramos abandonado mientras nos quedara algo de fuerza. Imprudencia o fuerza de voluntad, el caso es que hay que elegir en el lugar. Recuerdo a Javi apoyado con las dos manos en los bastones a la izquierda de Antonio, yo a su izquierda con lágrimas en los ojos y él sentado en una piedra con la cabeza agachada diciendo que nos fuéramos. Eso no iba a pasar.

Al rato pasó un corredor de México, que se paró a preguntar por el estado de Antonio. Este no contestaba a sus preguntas, su mirada estaba perdida, pero el hombre insistió y entabló una conversación con él. ¡Le contó un libro sobre la vida ¡ Sus experiencias personales, su trabajo, el esfuerzo para llegar desde Mexico a Francia y… de repente Antonio se puso en pie, nos dijo que le lleváramos la mochila un rato para que pudiera coger fuerzas y empezó a descender mientras hablaba con el mejicano. Javi y yo nos miramos perplejos, cogí la mochila y andamos detrás de ellos mientras continuaban hablando. La mochila pasaba de mis manos a las de Javi cada cierto tiempo, como pesaba…


Durante la gran bajada tuvimos que ponernos los frontales, ya no se veía nada entre los árboles y le volvimos a pasar la mochila a Antonio para evitar algún tipo de sanción. Poco a poco comenzamos a ver las luces de la calle de Chamonix, sin lugar a dudas eran una vista agradable, ya que salimos del bosque, sabiendo que pronto cruzaríamos la línea de meta. Me coloqué la bandera de España y seguimos andando.


Juanfra entrando a Chamonix.


La llegada a Chamonix era casi un poco abrumadora, las últimas horas habían sido tal batalla mental. Parecía como si de repente nos hubiéramos relegado a la multitud de gente que anima, cámaras, música, los comentaristas a todo volumen por los altavoces, los aplausos, los niños. Por un momento nos sentimos ganadores.

Llegada a meta.

Mi primo Luis, que vive en Francia y que hacía años que no veía, vino a vernos, lo encontré cerca de meta. Salió a nuestro paso y me dio un abrazo, no lo olvidaré nunca.


Luis Ferre junto a los aventureros.


A continuación vimos a nuestras familias esperando cerca de la línea, todos nos acompañaron unos metros en el camino hace la meta, fue un gran momento.

La entrada por el vallado y la presencia de tantos espectadores es sobrecogedora, en corazón late muy rápido y se detiene el tiempo.

Por fin atravesamos la meta en Chamonix y nos dimos un abrazo. Dicen que  los primeros segundos es posible que algunos de esos abrazos sean forzados. Puede haber incluso una cierta resistencia o rechazo; pero al llegar al sexto suele darse una especie confianza, y se conecta de verdad. Lo niveles de serotonina suben y produce un efecto relajante y envolvente. Un abrazo tiene que durar como mínimo seis segundos, para que tenga un impacto químico en el cerebro.

Un abrazo de verdad ayuda a mejorar la salud física y mental.…
                                                                                                ... tan solo seis segundos nos bastaron.


No hay palabras para esto.

Ni para esto.


Los sueños, si los persigues se hacen realidad, necesitamos soñar y creer en los sueños, como también necesitamos olvidarnos de las pesadillas. Es tan necesario un abrazo y una sonrisa como unas lágrimas y un grito.

Gracias a Antonio y a Javier por los momentos vividos durante estos años preparando la UTMB, durante la misma y después. Por su amistad y sabios consejos.

Lo que ha unido esta experiencia que no lo separe nada.



FINISHER OCC-2016. CHAMONIX.